En donde se relatan los preparativos de La Virgen del Cáñamo para su viaje sobre La Ballena Blanca hacia la caleta de Horcón, con los consejos de MichimaLonco y las dudas de las sacerdotisas sobrevivientes, además del encuentro con su abuela Gabriela.
Una poderosa ráfaga de viento levantó los sagrados ropajes transparentes de La Virgen del Cáñamo, esparciendo por el cielo los tiernos cogollos morapios que habitaban el ojo santo cobijado entre sus piernas. También levantó el viento la mirada de la niña bendita, quien en silencio se vestía para el viaje de todos los años y que se había transformado ya, en la razón de su existencia. Pensando y queriendo iniciar de una vez por todas, la que podía ser la última de las procesiones, sacudía de sus pies florales la arena del tiempo, tratando de respirar frente al viento, como el espíritu de MichimaLonco le enseñara en alguna de sus charlas en esa playa del sur, forjando según decía, la voluntad de quién sería pronto divinidad.
Una poderosa ráfaga de viento levantó los sagrados ropajes transparentes de La Virgen del Cáñamo, esparciendo por el cielo los tiernos cogollos morapios que habitaban el ojo santo cobijado entre sus piernas. También levantó el viento la mirada de la niña bendita, quien en silencio se vestía para el viaje de todos los años y que se había transformado ya, en la razón de su existencia. Pensando y queriendo iniciar de una vez por todas, la que podía ser la última de las procesiones, sacudía de sus pies florales la arena del tiempo, tratando de respirar frente al viento, como el espíritu de MichimaLonco le enseñara en alguna de sus charlas en esa playa del sur, forjando según decía, la voluntad de quién sería pronto divinidad.
La Virgen llevaría en su viaje un morral, recuerdo y rescate de su exilio, trenzado con las más finas fibras de la producción aconcagüina. En él guardaba huesos blancos de sus antepasados, harina tostada, un poco de mate, cuatro cruces de Cáñamo, ocho cintas verdes, ocho cintas rojas, ocho cintas azules, dos Rosarios de Aconcagua, un frasco con ungüento, murtas sueltas, semillas por miles, Tupa de la pasada temporada, un trago de Aguasanta del mismo valle, una bombilla, cuatro copihues secos, un Escapulario con su propia imagen, Changle, conchas y arena, plumas de Loicas y Bandurrias, una flauta de Piedra, una bandera con un cogollo dibujado y un pergamino con "El Libro de La Virgen del Cáñamo". Cubría su cabeza con un tejido de fibra cañamera teñida de rojo, al que había cosido piedras de colores, cintas y flores. Cogida a sus velos mantenía una enredadera viva de Copihues, que iba mágicamente capullando y floreciendo incesante por todo su cuerpo. Sus pies morenos envolvía en cueros de guanaco, atados con tripas de caballo. En la cintura, se dejaba caer un trozo de piel de Puma engalanado con espejos redondos y figuras que representaban los cuatro puntos forjados con cuarzo y lapislázuli. De sus cabellos verdes, colgaban flores de Cáñamo carmín que perfumaban todo lo cercano. Su imagen prístina la coronaba con una diadema de agua cristalina, que recorría como cascada su cuerpo de Diosa.
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